¿Conocen ustedes la Ley de Oppenheimer? Afirma lo siguiente: a largo plazo, las cooperativas autogestionadas quiebran o se transforman en empresas capitalistas normales y corrientes. La ley fue formulada luego de la experiencia de la primera Gran Depresión a fines de los años veinte, cuando las cooperativas se fueron a pique una tras otra.
Uno de los experimentos cooperativos más exitosos de todos los tiempos se puede ver en el País Vasco, a unos 50 Km de Bilbao. La Mondragón Corporación Cooperativa (MCC) es la mayor cooperativa del mundo (con 103.000 empleados, 84.000 de los cuales son cooperativistas), la séptima empresa más grande de España y, con diferencia, la más importante del País Vasco. Desde comienzos de 1955 –todavía bajo Franco— la cooperativa ha atravesado y sobrevivido a muchas crisis. Y también resistirá a la presente crisis mundial, desmintiendo una vez más a la Ley de Oppenheimer. Idea rectora de Mondragón: cualquiera que comparta los principios de la cooperativa y disponga de la calificación necesaria, puede entrar a formar parte de ella. No todos los trabajadores deben ser cooperativistas, pero todos los que tienen participaciones en el capital, tienen también que trabajar en alguna de las 88 unidades de la cooperativa.
Banco propio
Los miembros de la cooperativa tienen en Mondragón derechos de sufragio iguales y plenos, tanto en la unidad en que trabajan, como en el conjunto de la empresa. Tienen silla y voz asegurados en el Congreso de la cooperativa, que es casi la última instancia. Al menos una vez al año tiene que haber una asamblea principal en cada una de las unidades. Al mismo tiempo, todos los cooperativistas pueden ser elegidos para un cargo en la Comisión Permanente y en el Consejo General. También pueden ser destituidos, pues esta asociación no concibe el poder incontrolable.
Las asambleas principales de las distintas unidades de negocios son ahora el sitio en el que se delibera sobre estrategias de crisis. La recesión en España no deja tampoco intacto a Mondragón, pero la supervivencia está asegurada, en la medida en que, precisamente, aquí no se hace lo que en las empresas capitalistas normales se considera racional hacer en tiempos de crisis: despedir, ahorrar, trasladarse, clausurar plantas. Pues, en lo grande como en lo pequeño, las cooperativas constituyen una comunidad de solidaridad, emplean sus beneficios para fortalecer a sus distintas unidades y al conjunto de la empresa. Por eso en tiempos de crisis se mantienen los puestos de trabajo, y se considera como el mayor bien la calificación que han logrado sus miembros, una calificación que no se trata del modo simple con que suele tratarse en la economía despilfarradora del capitalismo cotidiano.
Bajo el techo de Mondragón Corporación Cooperativa se albergan un fondo de solidaridad y un banco propio, la Caja Laboral, además de un seguro social, diversas escuelas profesionales y una universidad. Los actuales estatutos disponen que cada una de las cooperativas de la corporación reserve un 20% de sus beneficios netos para la respectiva asociación de ramas. El 10% va a un fondo de inversiones común de Mondragón, un 2% al fondo de formación y otro 2% al fondo de solidaridad. De la partida restante, un 10% va al fondo social, un 45% de los beneficios van a parar a las reservas de la cooperativa. Lo restante puede ingresar en las cuentas de capital de los cooperativistas, pero no pagado de manera individual mientras se sea miembro de la cooperativa.
Como dicho, desde el comienzo rigió el principio de no despedir a nadie; aunque se puede trasladar a los miembros de una unidad a otra para evitar la subocupación. Cuando se pierden puestos de trabajo en algún sitio, la cooperativa entera debe procurar que los cooperativistas "liberados" puedan trabajar en otra unidad. Al contrario de la práctica habitual, las unidades en crisis que sufren la presión de la concurrencia internacional no son cerradas, sino reestructuradas para que puedan sobreponerse a la situación. De modo, pues, que Mondragón, como máquina generadora de puestos de trabajo, es un éxito total (también sus sociedades filiales en el extranjero). En España, el desempleo actual se halla muy por encima del diez por ciento. En el País Vasco –también gracias a Mondragón— se halla por debajo del 4%.
Comparado con lo que resulta habitual en el capitalismo realmente existente de nuestros días, los cooperativistas se remuneran con salarios asombrosamente igualitarios, conforme al principio: "igual salario para igual trabajo" para hombres y mujeres (en Alemania, estamos muy lejos de eso). Hay una dispersión salarial, sobre cuyo alcance se discute y se decide públicamente. Al comienzo, la dispersión salarial –la relación entre los salarios más bajo y los más altos— estaba limitada a 1 : 3, llegando en casos excepcionales y temporalmente limitados a 1 : 4,5. En los 90 la relación se llevó a 1 : 6, y en casos excepcionales, a 1 : 8. Aun así, empero, los salarios más bajos en las cooperativas son visiblemente más altos que los salarios por trabajos comparables en empresas privadas capitalistas. En cambio, los trabajadores más calificados, encargados de los trabajos más difíciles, ingresan entre un 20% y un 40% menos que lo habitual en trabajos comparables en la llamada economía "libre".
No obstante, no hay escasez de gentes preparadas y capaces para funciones directivas, sin necesidad de dispersiones de ingreso exorbitantes, como la de la Deutsche Bank: 1 : 400. Muy ilustrativa resulta la comparación entre un "directivo" como Josef Ackermann y Jesús Catania, el director general de MCC. De los modestos ingresos de este último se partiría de risa el primero. Mientras que el ejecutivo vasco y su equipo, con ayuda del banco de la cooperativa, han creado unos 10.000 puestos de trabajo, han fundado toda una serie de empresas de nueva planta y han logrado salvar de la quiebra, absorbiéndolas, al menos a otra docena, el jefe bancario alemán se ha lucido como aniquilador de puestos de trabajo y de capital, destruyendo al menos el doble de lo que en el mismo período han construido los cooperativistas de MCC.
12.000 euros para empezar
Obviamente, existen también en Mondragón trabajadores que no son cooperativistas. La mayoría son empleados con contrato a término, que nunca deben representar más del 10% del personal. En todas las cooperativas rige la regla de que cualquier trabajador, también quien está con contrato a término, tiene abierta la posibilidad de convertirse, en el plazo de dos años, en miembro de pleno derecho de la cooperativa, tras un tiempo de prueba de seis meses y una aportación personal de 12.000 euros. Para la financiación de esta última, el banco mismo de la cooperativa, la Caja Laboral, ofrece créditos ventajosos. El 20% del depósito va a la cooperativa, mientras que el resto, 9.600 euros, entra a formar parte del capital de depósito como socio, el cual se remunera con intereses (actualmente, un 7,5% anual). El stock de capital crece cada año con las participaciones en los beneficios que se otorgan a los socios (salvo que encoja a causa de pérdidas).
Lo que ha venido bloqueando hasta ahora la formación de cooperativas en el espacio de la Unión Europea es una legislación fiscal y social que no favorece a este tipo de entidades económicas, sino que, claramente, las perjudica en relación con otras empresas. Y eso vale, curiosamente, también para China, país en donde Mondragón tiene que actuar por la vía rodeada de las joint ventures o empresas conjuntas.
En Alemania, muchos expertos siguen afirmando impertérritamente que la democracia no tiene cabida en la vida económica, y que jamás podría funcionar. Al estilo de Oscar Wilde: el socialismo está condenado al fracaso, porque necesita demasiadas asambleas. Pero los cooperativistas españoles han demostrado que esto es un sinsentido. A pesar de –o mejor dicho, gracias a— sus estructuras democráticas, las cooperativas de trabajadores despilfarran menos tiempo, menos dinero y menos energía con reuniones sobreras, superfluos viajes de negocios y desapoderadas remuneraciones a sus ejecutivos, que las empresas privadas que les son comparables. Son más eficientes, más innovadoras, más ecológicas; pueden planificar a largo plazo, también en las actuales condiciones de concurrencia en el mercado mundial.
Michael R. Krätke, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es profesor de política económica y derecho fiscal en la Universidad de Ámsterdam, investigador asociado al Instituto Internacional de Historia Social de esa misma ciudad y catedrático de economía política y director del Instituto de Estudios Superiores de la Universidad de Lancaster en el Reino Unido.
Traducción para www.sinpermiso.info: Amaranta Süss
Fuente: sinpermiso
Uno de los experimentos cooperativos más exitosos de todos los tiempos se puede ver en el País Vasco, a unos 50 Km de Bilbao. La Mondragón Corporación Cooperativa (MCC) es la mayor cooperativa del mundo (con 103.000 empleados, 84.000 de los cuales son cooperativistas), la séptima empresa más grande de España y, con diferencia, la más importante del País Vasco. Desde comienzos de 1955 –todavía bajo Franco— la cooperativa ha atravesado y sobrevivido a muchas crisis. Y también resistirá a la presente crisis mundial, desmintiendo una vez más a la Ley de Oppenheimer. Idea rectora de Mondragón: cualquiera que comparta los principios de la cooperativa y disponga de la calificación necesaria, puede entrar a formar parte de ella. No todos los trabajadores deben ser cooperativistas, pero todos los que tienen participaciones en el capital, tienen también que trabajar en alguna de las 88 unidades de la cooperativa.
Banco propio
Los miembros de la cooperativa tienen en Mondragón derechos de sufragio iguales y plenos, tanto en la unidad en que trabajan, como en el conjunto de la empresa. Tienen silla y voz asegurados en el Congreso de la cooperativa, que es casi la última instancia. Al menos una vez al año tiene que haber una asamblea principal en cada una de las unidades. Al mismo tiempo, todos los cooperativistas pueden ser elegidos para un cargo en la Comisión Permanente y en el Consejo General. También pueden ser destituidos, pues esta asociación no concibe el poder incontrolable.
Las asambleas principales de las distintas unidades de negocios son ahora el sitio en el que se delibera sobre estrategias de crisis. La recesión en España no deja tampoco intacto a Mondragón, pero la supervivencia está asegurada, en la medida en que, precisamente, aquí no se hace lo que en las empresas capitalistas normales se considera racional hacer en tiempos de crisis: despedir, ahorrar, trasladarse, clausurar plantas. Pues, en lo grande como en lo pequeño, las cooperativas constituyen una comunidad de solidaridad, emplean sus beneficios para fortalecer a sus distintas unidades y al conjunto de la empresa. Por eso en tiempos de crisis se mantienen los puestos de trabajo, y se considera como el mayor bien la calificación que han logrado sus miembros, una calificación que no se trata del modo simple con que suele tratarse en la economía despilfarradora del capitalismo cotidiano.
Bajo el techo de Mondragón Corporación Cooperativa se albergan un fondo de solidaridad y un banco propio, la Caja Laboral, además de un seguro social, diversas escuelas profesionales y una universidad. Los actuales estatutos disponen que cada una de las cooperativas de la corporación reserve un 20% de sus beneficios netos para la respectiva asociación de ramas. El 10% va a un fondo de inversiones común de Mondragón, un 2% al fondo de formación y otro 2% al fondo de solidaridad. De la partida restante, un 10% va al fondo social, un 45% de los beneficios van a parar a las reservas de la cooperativa. Lo restante puede ingresar en las cuentas de capital de los cooperativistas, pero no pagado de manera individual mientras se sea miembro de la cooperativa.
Como dicho, desde el comienzo rigió el principio de no despedir a nadie; aunque se puede trasladar a los miembros de una unidad a otra para evitar la subocupación. Cuando se pierden puestos de trabajo en algún sitio, la cooperativa entera debe procurar que los cooperativistas "liberados" puedan trabajar en otra unidad. Al contrario de la práctica habitual, las unidades en crisis que sufren la presión de la concurrencia internacional no son cerradas, sino reestructuradas para que puedan sobreponerse a la situación. De modo, pues, que Mondragón, como máquina generadora de puestos de trabajo, es un éxito total (también sus sociedades filiales en el extranjero). En España, el desempleo actual se halla muy por encima del diez por ciento. En el País Vasco –también gracias a Mondragón— se halla por debajo del 4%.
Comparado con lo que resulta habitual en el capitalismo realmente existente de nuestros días, los cooperativistas se remuneran con salarios asombrosamente igualitarios, conforme al principio: "igual salario para igual trabajo" para hombres y mujeres (en Alemania, estamos muy lejos de eso). Hay una dispersión salarial, sobre cuyo alcance se discute y se decide públicamente. Al comienzo, la dispersión salarial –la relación entre los salarios más bajo y los más altos— estaba limitada a 1 : 3, llegando en casos excepcionales y temporalmente limitados a 1 : 4,5. En los 90 la relación se llevó a 1 : 6, y en casos excepcionales, a 1 : 8. Aun así, empero, los salarios más bajos en las cooperativas son visiblemente más altos que los salarios por trabajos comparables en empresas privadas capitalistas. En cambio, los trabajadores más calificados, encargados de los trabajos más difíciles, ingresan entre un 20% y un 40% menos que lo habitual en trabajos comparables en la llamada economía "libre".
No obstante, no hay escasez de gentes preparadas y capaces para funciones directivas, sin necesidad de dispersiones de ingreso exorbitantes, como la de la Deutsche Bank: 1 : 400. Muy ilustrativa resulta la comparación entre un "directivo" como Josef Ackermann y Jesús Catania, el director general de MCC. De los modestos ingresos de este último se partiría de risa el primero. Mientras que el ejecutivo vasco y su equipo, con ayuda del banco de la cooperativa, han creado unos 10.000 puestos de trabajo, han fundado toda una serie de empresas de nueva planta y han logrado salvar de la quiebra, absorbiéndolas, al menos a otra docena, el jefe bancario alemán se ha lucido como aniquilador de puestos de trabajo y de capital, destruyendo al menos el doble de lo que en el mismo período han construido los cooperativistas de MCC.
12.000 euros para empezar
Obviamente, existen también en Mondragón trabajadores que no son cooperativistas. La mayoría son empleados con contrato a término, que nunca deben representar más del 10% del personal. En todas las cooperativas rige la regla de que cualquier trabajador, también quien está con contrato a término, tiene abierta la posibilidad de convertirse, en el plazo de dos años, en miembro de pleno derecho de la cooperativa, tras un tiempo de prueba de seis meses y una aportación personal de 12.000 euros. Para la financiación de esta última, el banco mismo de la cooperativa, la Caja Laboral, ofrece créditos ventajosos. El 20% del depósito va a la cooperativa, mientras que el resto, 9.600 euros, entra a formar parte del capital de depósito como socio, el cual se remunera con intereses (actualmente, un 7,5% anual). El stock de capital crece cada año con las participaciones en los beneficios que se otorgan a los socios (salvo que encoja a causa de pérdidas).
Lo que ha venido bloqueando hasta ahora la formación de cooperativas en el espacio de la Unión Europea es una legislación fiscal y social que no favorece a este tipo de entidades económicas, sino que, claramente, las perjudica en relación con otras empresas. Y eso vale, curiosamente, también para China, país en donde Mondragón tiene que actuar por la vía rodeada de las joint ventures o empresas conjuntas.
En Alemania, muchos expertos siguen afirmando impertérritamente que la democracia no tiene cabida en la vida económica, y que jamás podría funcionar. Al estilo de Oscar Wilde: el socialismo está condenado al fracaso, porque necesita demasiadas asambleas. Pero los cooperativistas españoles han demostrado que esto es un sinsentido. A pesar de –o mejor dicho, gracias a— sus estructuras democráticas, las cooperativas de trabajadores despilfarran menos tiempo, menos dinero y menos energía con reuniones sobreras, superfluos viajes de negocios y desapoderadas remuneraciones a sus ejecutivos, que las empresas privadas que les son comparables. Son más eficientes, más innovadoras, más ecológicas; pueden planificar a largo plazo, también en las actuales condiciones de concurrencia en el mercado mundial.
Michael R. Krätke, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es profesor de política económica y derecho fiscal en la Universidad de Ámsterdam, investigador asociado al Instituto Internacional de Historia Social de esa misma ciudad y catedrático de economía política y director del Instituto de Estudios Superiores de la Universidad de Lancaster en el Reino Unido.
Traducción para www.sinpermiso.info: Amaranta Süss
Fuente: sinpermiso
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