Por JOSEP MARIA MONTANER
El sociólogo estadounidense Lewis Mumford escribió en su libro Técnica y civilización, de 1934: ‘Si el hombre se encuentra raramente en estado natural, sólo es porque la naturaleza es modificada constantemente por la técnica’. Y las ciudades, precisamente, constituyen esta segunda naturaleza para el ser humano, lugar de acogida que ofrece a las personas los medios y las condiciones que en la naturaleza no puede encontrar: cobijo, sanidad, enseñanza, trabajo, cultura, sociabilidad.
La ciudad puede interpretarse como un gran bosque tecnológico que acoge a las personas, a las que ya han nacido allí y a las que se desplazan de sus contextos depauperados intentando abandonar la miseria y buscando los frutos de un entorno urbano, esta segunda naturaleza, que les ofrezca las posibilidades que en su bosque original ya no pueden encontrar, generalmente por agotamiento o mala gestión de los recursos, por injusticias endémicas o por falta de trabajo.
El pasado mes de abril, al pasar por Barcelona para recoger el II Premio Mies van der Rohe de Arquitectura Latinoamericana, el arquitecto brasileño Paulo Mendes da Rocha hablaba de la ciudad como gran soporte técnico que debe aportar unas infraestructuras urbanas, de saneamiento, salud y cultura lo más potentes y ricas posible, desde la certeza de que la ciudad es ya nuestra naturaleza artificial, configurada con las herramientas que el ser humano ha ido desarrollando. Desde esta óptica, la ciudad ha de ser abierta, solidaria y acogedora: una gran plataforma hecha de infraestructuras y servicios que atiende a los hombres y mujeres que acceden a ella.
Precisamente una de las obras más emblemáticas de la arquitectura actual, inaugurada en febrero de 2001, es la Mediateca en Sendai, Japón, del arquitecto Toyo Ito. Realizada con el máximo cuidado y presupuesto, con esmero intelectual, técnico y formal, este gran prisma liviano y lleno de energía es una especie de plaza pública, cubierta y dispuesta en pisos superpuestos. Cada día, centenares de usuarios, desde adolescentes hasta ancianos, acceden con total libertad y se pasan horas escuchando música, leyendo libros y revistas, viendo vídeos, usando ordenadores, conectándose a Internet, asistiendo a conferencias y debates. En el futuro, los espacios públicos de las grandes ciudades no sólo van a ofrecer aire libre, bancos y quioscos, sino también conexiones, pantallas de información y sistemas de comunicación; por tanto, serán en parte entornos protegidos y cubiertos. De la misma manera que en los siglos XIX y XX se iba a pasear para ver escaparates o para sentarse junto a una fuente, en el futuro el espacio público será, además, un lugar donde situarse cómodamente en un soporte ergonómico frente a un ordenador o una red interactiva. El derecho a la ciudad no sólo exige espacios públicos tradicionales, sino también potentes focos infraestructurales de información, comunicación, creatividad.
En el futuro, los espacios públicos de las grandes ciudades no sólo van a ofrecer aire libre, bancos y quioscos, sino conexiones y pantallas de información
Pero cuando en vez de seguir su sentido, la ciudad no acoge a sus inmigrantes, expulsa a los que no tienen recursos para pagar alquileres o plazos, desaloja a los okupas que critican un sistema injusto de propiedad inmobiliaria, se cierra con miles de policías para imponer el orden, entonces, cuando la ciudad no es acogedora, se convierte en un monstruo que escupe, en un engendro especulativo e insolidario, en una creación humana que deja de cumplir la misión para la cual fue creada y para la cual ha ido evolucionando.
En este sentido, en los dos últimos meses dos ciudades europeas -Génova y Barcelona- han dado ejemplos nefastos. Génova, en julio, por la brutal represión del movimiento antiglobalización. Barcelona, en agosto, al desalojar primero y detener a traición después a una parte de los inmigrantes que dormían en la plaza de André Malraux. En este caso, los sindicatos, organizaciones sociales y partidos políticos que han ayudado a los inmigrantes han sabido continuar la responsabilidad de hacer ciudad; en cambio, las instituciones han caído en la vergüenza de ser antisolidarias y en el ridículo de su ineptitud, incapaces de entender la esencia de la ciudad: una segunda naturaleza que los mismos ciudadanos hacen solidaria a pesar de los que gobiernan.
Fuente: http://www.contexto.com.ar/vernota.php?id=20493
jueves, 18 de marzo de 2010
La ciudad, segunda naturaleza
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