Por Jordi Borja
La ciudad es ante todo el espacio publico, el espacio público es la ciudad. El espacio público es a la vez condición y expresión de la ciudadanía, de los derechos ciudadanos. Si el espacio público está en crisis, se degrada o se disuelve, es la democracia que se pervierte, el proceso histórico que hace avanzar las libertades individuales y colectivas, la reducción de las desigualdades y la supremacía de la solidaridad y la tolerancia sobre el egoísmo y la exclusión.
La crisis actual del espacio público puede ser considerada a partir de dos parámetros.
Primero: la consideración histórico-cultural del espacio público como una dimensión fundamental de la democracia política y social. La democracia en su dimensión territorial. El espacio público es el espacio de uso colectivo (ver artículo de Manuel Solà Morales). Es el ámbito en el que los ciudadanos pueden (o debieran) sentirse como tales, libres e iguales. El donde la sociedad se escenifica, se representa a sí misma, se muestra como una colectividad que convive, que muestra su diversidad y sus contradicciones y expresa sus demandas y sus conflictos. Es donde se construye la memoria colectiva y se manifiestan las identidades múltiples y las fusiones en proceso. El espacio público democrático es un espacio expresivo, significante, polivalente, accesible, evolutivo, es un espacio que relaciona a las personas y que ordena las construcciones, un espacio que marca a la vez el perfil propio de los barrios o zonas urbanas y la continuidad de las distintas partes de la ciudad. Este espacio es el que hoy está en crisis. Y su decadencia pone en cuestión la posibilidad de ejercer el "derecho a la ciudad" (David Harvey). Derecho a la ciudad y espacio público democrático son dos caras de la misma moneda y la cultura política y urbanística actual ha revalorizado ambos conceptos en nuestra época.
Segundo: la crisis del espacio público viene determinada por un conjunto de factores. El principal sin duda es resultado de las actuales pautas urbanizadoras extensivas y difusas productoras de espacios fragmentados, lugares (o no-lugares) mudos, tierras de nadie, guetos clasistas, zonas marcadas por el miedo o la marginación. El espacio público en estas extensas zonas de urbanización discontinua y de baja densidad prácticamente desaparece, los ciudadanos quedan reducidos a habitantes atomizados y a clientes dependientes de múltiples servicios con tendencia a privatizarse. La disolución de la ciudad en las periferias (Françoise Choay) se complementa con la especialización (social y funcional) de los centros urbanos y de gran parte de la ciudad compacta (que ya había anunciado Jane Jacobs). Los espacios públicos pierden sus cualidades ciudadanas para convertirse en espacios viarios, o en áreas turísticas y de ocio o museificadas, o centros administrativos vacíos y temidos al atardecer, o en calles o barrios cerrados (que no solo existen en las periferias de baja densidad), o en plazas vigiladas en las que se suprimen los elementos que favorecen el estar (los bancos) o se crean obstáculos físicos para evitar concentración de personas. Las calles comerciales animadas y abiertas se substituyen por centros comerciales en los que se aplica "el derecho de admisión". Y los centros y barrios que no se transforman siguiendo estas pautas devienen espacios de exclusión olvidados y a veces criminalizados.
Este modelo de urbanización es un producto de la convergencia de intereses propios del actual capitalismo globalizado: capital financiero volante especulativo, legislación favorable a la urbanización difusa y al boom inmobiliario (hipotecas basura) y propiedad privada del suelo con apropiación de las plusvalías especulativas. Un círculo vicioso que cuando encuentra obstáculos legales o sociales practica impunemente la corrupción. (Jordi Borja).
Estas pautas de urbanización vienen reforzadas por el afán de distinción de clases altas y medias que buscan la distinción y la protección de áreas exclusivas y la seguridad (ilusoria) que los sectores medios y bajos creen encontrar en la propiedad del suelo o de la vivienda como ahorro para el futuro y altos costos en el presente. Los gobiernos locales a su vez, cómplices por acción o por omisión, encuentran en la urbanización una fuente de ingresos y un cierto apoyo social. La cultura urbanística heredada del movimiento moderno que había decretado "la muerte de la calle" sirve de coartada a muchos profesionales para justificar su necesaria participación en el festín.
Pero la fiesta ha terminado: ¿La urbanización en los próximos años no podrá seguir las mismas pautas? Sería lógico que se impusiera un cambio radical. Por razones de despilfarro de recursos básicos y de altos costes sociales. Por la irresponsabilidad especulativa con la que actúa el capitalismo financiero global. Por la responsabilidad exigible por parte de las opiniones públicas a los gobiernos de la necesidad de regular tanto a las agentes financieros como a los grandes actores inmobiliarios que han recibido cuantiosas ayudas de dinero público para salir del atolladero por ellos mismos provocado. Por las posibles movilizaciones sociales de los principales afectados por la crisis, las mayorías populares, que han perdido ahorros y/o empleo, y que exigirán el abandono de las políticas neoliberales que han provocado esta crisis (ver Neil Smith y otros en Después del neoliberalismo: ciudades y caos sistémico, citado en este número).
Los profesionales y en general los intelectuales tienen una especial responsabilidad en la conversión de la crisis en oportunidad de cambio en un sentido democrático: desarrollar un pensamiento crítico radical y proponer alternativas posibles y deseables. Lo cual requiere situarse fuera de la lógica institucional (gobiernos gestores, cúpulas partidarias de partidos integrados en el sistema) y de la cultura oficial académica. En ambos casos predomina el conservadurismo a ultranza, los responsables políticos no saben ni quieren saber otra cosa que la vuelta a la situación anterior. Y la vida académica actual ha degenerado a producir un saber reproductivo, cada vez más alejado de las realidades, substituidas por la metodología formalista y por la sumisión a las revistas indexadas acorazadas frente a la crítica y a la innovación.
Probablemente en este mundo solo es posible hacer reformas. Pero para que las reformas sirvan para progresar y no para mantener en peor lo existente se requiere un pensamiento radical, o si lo prefieren, revolucionario. Un pensamiento orientado a la acción.
Fuente: http://cafedelasciudades.com.ar/carajillo/5_editorial.htm
sábado, 8 de mayo de 2010
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